Los comienzos de la iglesia y su expansión
En el siglo II el cristianismo es una religión minoritaria apoyada por niveles medios e inferiores de la sociedad, a la que los apologetas intentan elevar de rango a los ojos de las autoridades y de las élites cultas. Su mayor implantación se detecta en el Oriente del Imperio y en Roma. En el siglo siguiente penetró en los medios cultos, incluso en círculos oficiales, y resistió algunas breves represiones, pero en general vive un periodo de tranquilidad. A finales del siglo III los cristianos son numerosos, principalmente en Oriente, bien organizados en iglesias presididas por obispos, con un buen armazón espiritual y muchas de ellas con patrimonio y bienes considerables. Una expansión notable se produjo entre el año 260 (fin de la represión del emperador Valeriano) y el reino de Diocleciano, que fue tolerante hasta el año 302.
Desde el punto de vista sociológico, el cristianismo partía de una religión de gentes humildes, pero ha progresado entre todas las clases sociales. Desde el emperador Cómodo comienzan a detectarse seguidores en gentes de la corte, entre ecuestres y senadores, en el ejército y en la administración. Su posición es difícil, a veces por las exigencias de los ritos oficiales y del culto imperial. Hacia finales del siglo III resulta posible dibujar una geografía o mapa de la implantación cristiana. El Oriente está mucho más cristianizado que el Occidente. Los grandes focos son Egipto, Siria-Palestina, proximidades del Éufrates y Asia Menor. Es débil la presencia en Europa central donde la vida urbana está menos implantada. Italia y Roma parecen significativamente cristianizadas (un sínodo de los años 250-251 agrupa a 60 obispos).
En Hispania se conocen ya algunas comunidades en medios urbanos durante la segunda mitad del siglo III y el concilio de Elvira, a principios del siglo IV, registra 28 obispos de un total de 33. El norte de África tiene mayor desarrollo con 87 obispos en época de Cipriano de Cartago (concilio de los años 256-257). Desde finales del siglo III y principios del IV el cristianismo es una religión de masas dirigida por una organización eficiente de clérigos que tienden a la unidad jerárquica, aunque todavía en un marco de disputas y querellas doctrinales enormemente duro y complejo. En ese proceso solo recordaremos aquí dos hitos. El primero es el denominado Edicto de Milán del año 313 que reconocía al cristianismo como religión lícita, obligaba a devolver a las iglesias los bienes confiscados durante la última represión y permitía, como a cualquier religión, la construcción de templos y la acumulación de patrimonios. A partir de ese momento, durante el siglo IV, el cristianismo creció significativamente, fue dominando amplios círculos de las capas superiores mientras sus diversas corrientes (nicenos, arrianos, etc.) competían con éxito alternativo por la asociación con el poder imperial.
El segundo hito se produjo el año 380; una de esas corrientes, la nicena, ganó posición definitiva de poder cuando Graciano, Valentiniano II y Teodosio promulgaron el llamado Edicto de Tesalónica, por el cual el cristianismo niceno fue declarado religión oficial y única del estado romano.